Sinopsis.- Es el año 1497 y acaba de morir Beatriz de Este y
Leonardo se encuentra pintando por encargo del marido de ésta, Ludovico Sforza,
el “Moro” “La última cena”, con el objeto de decorar el refectorio, una ampliación
del convento de Santa Maria delle Grazie en Milán, que pretende que sea el
mausoleo familiar. Aparecen unas cartas anónimas en la corte del papa Alejandro
VI (cuyo papado rayaba en la depravación) donde se denuncia que el maestro
Leonardo Da Vinci no ha pintado a Jesús con su halo de santidad y se ha
retratado a sí mismo en el rostro de Judas Tadeo dando la espalda a Jesucristo.
Será Fray Agustín Leyre, un inquisidor dominico, quien tendrá la misión de
averiguar la identidad del autor de dichas cartas.
AUTOR.-
Javier Sierra Albert (Teruel, 11 de agosto de 1971) es un periodista, escritor
e investigador español. Durante los últimos años ha centrado sus esfuerzos en
investigar los enigmas del pasado y los misterios históricos nunca aclarados,
teniendo sus novelas como propósito común, resolverlos. Otras de sus novelas
son: “El maestro del Prado”, “El ángel perdido”, “La dama azul”, “El secreto
egipcio de Napoleón” y “Las puertas templarias”. También ha escrito ensayos
como “La ruta prohibida y otros enigmas de la historia”, “En busca de la Edad
de Oro”, “La España extraña” y “Roswell: secreto de Estado”.
ESTILO.- Quien cuenta esta historia es el dominico Agustín Leyre en
primera persona.
Al
final del libro hay un listado alfabético de todos los personajes que aparecen
en la obra, reales o ficticios, para que podamos saber lo más relevante de
ellos y poderlos situarlos en su contexto histórico.
El
lenguaje utilizado es sencillo y se entiende perfectamente. Solamente
recomiendo que antes de abordar esta lectura se realice una investigación
previa de las principales características del catarismo para entender la
historia en toda su extensión.
Y
es que en el trasfondo de la intriga nos encontraremos con la secta de los
cátaros, un movimiento religioso que se propagó por Europa Occidental a mediados
del siglo X cuyos adeptos era conocidos como bonhommes u hombres puros.
Dentro de sus prácticas abogaban por una vida de férreo ascetismo, una estricta
castidad pues consideraban el sexo y el cuerpo como algo satánico y no comían
carne porque procedía del coito (eran vegetarianos), en cambio comían pescado
porque pensaban que los peces carecían de actividad sexual. Creían en la
reencarnación. No creían que hubiera que cumplir ningún precepto específico,
bastaba con amar. Su única oración era el padrenuestro. Abominaban de la cruz
como símbolo de fe ya que la consideraban el instrumento de tortura en el que
Jesús entregó su vida.
Los
católicos ortodoxos relacionaron esta obra con los cátaros o albigenses ya que
Leonardo Da Vinci aparentaba ser seguidor de sus prácticas. Y es que tanto la
vida de Da Vinci como su obra se consideraron excéntricas en su tiempo. Era un
hombre alto y fuerte, siempre vestía de blanco, nunca se le conoció pareja ni
masculina ni femenina y tampoco se le vio comer carne. En cuanto a su faceta de
artista nunca pintó una crucifixión, síntoma éste de que no asumiera la cruz
como símbolo religioso.
Algunas
de las anomalías que encontraron en este cuadro son, por ejemplo, que no está
sobre la mesa el Santo Grial, Jesús no se representa realizando el sacramento de la Eucaristía
porque no hay apenas pan, tampoco hay cordero sino pescado (el símbolo
cristiano más antiguo que se conoce), naranjas y un poco de vino. El gesto que
realiza con las manos se parece más a una imposición, gesto muy parecido al
único sacramento que los cátaros administraban, el Consolamentum (una especie de bautismo, comunión y extremaunción
juntas que no precisaba agua y que requería algunas palabras y el Evangelio de
San Juan). Además, algunos de los discípulos son retratos de heterodoxos de la
época y la actitud de los Doce en la composición no refleja lo que narran los
Evangelios, así, Juan no apoya su cabeza sobre el pecho de Jesús como dice el
Nuevo Testamento sino que parece alejarse de él.
Tal
y como está dispuesta esta pintura sobre la pared y respecto del suelo cuyas
dimensiones son enormes (460
cm x 880
cm ), todo aquel que acude a visitarla se coloca bajo la
persona de Jesús y recibe de él consuelo, no Eucaristía. Para los cátaros lo
que el Salvador instauró esa noche fue un sacramento más relevante. Este es el
misterio que parece que Leonardo quiso reflejar a modo de acertijo y que puso a
la vista de todos porque, según muchos, Leonardo no pintaba, escribía con
imágenes usando una técnica ancestral conocida como “el arte de la memoria”.
En
cuanto al análisis técnico de esta obra, también conocida como El Cenacolo que Leonardo realizó entre
los años 1495-1497, decir que se trata de una pintura al fresco realizada con
témpera y óleo sobre una preparación de yeso. Esta técnica dio problemas desde
el principio en cuanto a su mantenimiento y durabilidad por lo que a lo largo
del tiempo ha sufrido toda clase de retoques y añadidos. Los elementos más
relevantes de este análisis son:
-
La escena
representa el momento dramático en que Jesús anuncia que uno de sus doce
discípulos le traicionará, así como las distintas reacciones de éstos: unos se
asombran, otros se levantan porque no han oído bien, otros se espantan y Judas
retrocede al sentirse aludido.
-
A Jesús lo sitúa
en el centro y hacia él convergen todas las líneas de fuga, destacando aún más
al perfilarse contra el ventanal central rematado con un arco y separándolo de
los apóstoles. A ambos lados de Jesucristo, aislados en forma de triángulo y
destacados con colores rojo y azul, están los apóstoles, agrupados en cuatro
grupos de tres, siguiendo un esquema de tríadas platónicas, de acuerdo con la
escuela florentina de Ficino y Mirandola.
-
Analizando de
izquierda a derecha, en la primera tríada se encuentran Bartolomé, Santiago el
Menor y Andrés; en la segunda, Judas Iscariote con pelo y barba negras, Simón
Pedro y Juan, el único imberbe del grupo; Cristo en el centro; en la tercera
tríada, Tomás, Santiago el Mayor y Felipe, también sin barba; en la cuarta, Mateo
(posibilidad de que fuera el retrato de Marsilio Ficino, un importante
heterodoxo y amigo personal de Leonardo) aparentemente sin barba o con barba
rala,, Judas Tadeo (posibilidad de que Leonardo se hubiera autorretratado) y
Simón el Celote (la única figura con túnica blanca que vestían los cátaros,
parece mostrar a Platón). En esta última tríada los tres personajes se
encuentran dialogando por lo que se cree que se alude al diálogo filosófico que
lleva a la verdad de Cristo. Todas estas identificaciones provienen de un
manuscrito autógrafo de Leonardo hallado durante el siglo XIX.
-
Entre Pedro Simón
y Judas Iscariote se ve una mano sosteniendo un cuchillo símbolo de la
traición. Los dibujos preliminares de Leonardo (conservados en el castillo de
Windsor, en Londres) y las copias posteriores de Tommaso Aleni de 1508 o la de
Antonio da Gessate de 1506 demuestran que la mano y el cuchillo pertenecen a
Pedro, según las investigaciones de la doctora Brambilla. Resulta pobre la
teoría de que esto presagiara el arrebato que Pedro tendría en el monte de los
Olivos, desde el punto de vista teológico. Tal vez Leonardo quiso reflejar algo
más profundo como la lucha que se libraba en esa época entre los seguidores de
Pedro (la Iglesia material, de Roma), y los de Juan (la Iglesia del espíritu,
libre, que llevaban siglos predicando herejías como la cátara). Y es que
Leonardo era seguidor de Juan, tal y como quedó patente cuando en 1483 entregó
a los franciscanos de Milán una tabla para su altar mayor que no se ajustaba en
nada a lo que le habían encargado. En esta primera versión muestra a María, al
arcángel Uriel, a San Juan Bautista y a Jesús en una cueva durante su huída a
Egipto sin su halo de santidad, señalando Uriel a Juan con el dedo indicando
quién de los dos niños era el realmente importante. Los franciscanos y Leonardo
litigaron durante años y terminaron obligando al artista a reelaborar su obra
con algunos elementos nuevos (1492-1508). Según los Evangelios Jesús no empezó
su vida pública hasta que el Bautista lo bañó en las aguas del Jordán. Leonardo
decide pintarlo siempre con el dedo levantado hacia el cielo, queriendo decir
que él, el Bautista llegó primero y es que fue incapaz de transmitir a los
hombres sus enseñanzas espirituales, ayudándolo a ello, entonces, Jesús.
-
Los autores Clive
Prince y Lynn Picknett en su libro “La revelación templaria” y Dan Brown en su
novela “El código Da Vinci” afirman que la figura a la derecha de Jesús no es
Juan, sino una figura femenina, más concretamente, María Magdalena. Además, de
forma iconológica, en la novela, se alude a que el nudo que aparece en el lado
derecho del mantel de la mesa, según vemos la pintura de frente, es el símbolo
de María Magdalena. Esta idea estaba
reforzada en el color azul del hábito de San Juan que era común en las
“Madonnas” pintadas en los siglos XV y XVI y en el extraño vacío que hay entre
Juan y Jesús en forma de V, aludiendo a la forma genital femenina. Sin embargo,
estas aseveraciones se realizaron antes de que la doctora Pinin Brambilla Barcilon
terminara de restaurar esta obra en 1997 y quedaran al descubierto nuevas
características que pasaron desapercibidos a aquellos autores como la
pertenencia de la mano y el cuchillo a Pedro.
APRECIACIÓN PERSONAL.- Desde siempre la figura de Leonardo Da Vinci me ha
fascinado por su amplia sabiduría y conocimiento en las artes y en las ciencias,
por su increíble inventiva y por su enigmático arte. Esto es lo único que
envidio, no el poder ni la fama, ni el dinero siquiera, el poseer inteligencia,
sabiduría y conocimiento, ser creativo y dinámico es algo mágico y milagroso. Recomiendo
esta lectura porque potencia, en mayor medida, la fascinación sobre el genio
que fue y que sigue siendo Leonardo Da Vinci a pesar del tiempo transcurrido.